8.15.2008

[TELENOVELA COLOMBIA-USA] El triunfo de la barbarie


Doña Bárbara, la novela clásica de Rómulo Gallegos galopa de nuevo y a muy buen paso.
13 de agosto, 2008


Doñas Bárbaras: María Félix, Edith González
Doñas Bárbaras: María Félix, Edith González
MEZCALENT / TELEMUNDO
Doña Bárbara, ha tenido varias adaptaciones a la pantalla grande, la más famosa estelarizada por María Felix a quién se conocería posteriormente como "La Doña" precisamente por el personaje que interpretó en el filme. Después en los años 70 ya fue telenovela, pero Doña Bárbara es siempre un desafió. La novela de Rómulo Gallegos, aunque breve, tiene simbolismos difíciles de trasladar a un género tan popular como la telenovela. Su misma protagonista es un ser enigmático, no muy afín a la imagen de heroína sacrificada y endeble que asociamos con los culebrones.

DE VUELTA AL LLANO
Por eso, la tarea de encarnar a Bárbara le ha tocado a una actriz vigorosa y versátil como lo es Edith González. La mexicana está guapísima con un nuevo look de cabello castaño. Su actuación es digna de premio con esa facilidad para alternar entre llanto e ira, seducción y rudeza. Sus parlamentos son los más vibrantes en un libreto que se caracteriza por recuperar el arte perdido del diálogo.

Acompaña a la ex güera Salomé, un Christian Meier más equilibrado, menos lánguido que en El Zorro, más taciturno que en La tormenta. A ellos se les une una Génesis Rodríguez exquisita, que tiene la doble tarea de interpretar a Bárbara adolescente y a Marisela, la hija que La Doña repudia.

Nombrar “Los Llanos” y decir Christian Meier, trae inmediatamente a la mente La tormenta. Decir además que el galán peruano se llamará Santos, invita a comparaciones odiosas, pero hasta ahí llega la coincidencia, pues el personaje que interpreta Christian es muy diferente al Don Quijote llanero. Santos Luzardo es un culto y refinado abogado de ciudad, que viaja al Arauca para vender sus vacas e irse con su novia a Paris, pero no cuenta con una mujer llamada Doña Bárbara tan salvaje como su mundo.

Doña Bárbara tiene lugar en un espacio selvático colmado de misterios, peligros, lagartos y gente más nociva que los caimanes, entre ellos los mismos protagonistas. Porque Santos podrá ser la luz que iluminará ese llano sometido a los bárbaros caprichos de la Devoradora de Hombres, como apodan a Bárbara, pero ya en el primer capítulo sabemos que viene de cepa agresiva. Lo vemos presenciar el duelo entre su padre y su hermano en que el último muere, tras lo cual José Luzardo (Luis Meza) se suicida enfrente de los ojos de su hijo menor.

ENGENDROS DE VIOLENCIA
El Dr. Luzardo será muy citadino, muy escéptico, y poco acostumbrado a los calores del llano, ¿pero qué hace al llegar a la jungla? Ponerse a darle tiros a un caimán. Desde ese momento, en que Santos coge un arma, se siente una atmósfera inquietante que no amenaza la vida del abogado sino su espíritu. Existe el presentimiento de que lejos del mundo civilizado, la violencia de los Luzardo aflore en su descendiente.

Bárbara también es un engendro de la violencia. Siendo adolescente es violada y presencia el asesinato de su padre y de su novio. De ahí les cobra odio a los hombres y busca venganza. Pero no crean que se trate de otra Dama de Troya. Doña Bárbara, utiliza la violencia, pero también sus encantos femeninos para dominar a los hombres y el medioambiente, incluso llegando a echar mano de la brujería.

Como en la novela, Bárbara simboliza la barbarie, el mundo rural dominado por la ignorancia y por el caudillaje de los más fuertes. Santos Luzardo representa la luz del progreso y la compasión, pero aun él se vera debilitado ante el hechizo erótico de La Doña. ¿Podrá salvarlo el amor ingenuo de su parienta Marisela?

Doña Bárbara parece carecer de imperfecciones. Su dirección, su cinematografía, sus actores y los más que eficaces diálogo creados por Valentina Parraga, la convierten en un producto de alta calidad y una digna adaptación de una de las más grandes obras de la literatura latinoamericana. Pensándolo bien, Doña Bárbara posee un grave defecto. Nos obliga a compararla con otras producciones, quizás más caras y más comerciales, que circulan por nuestras pantallas y nos obliga a reconocer la mediocridad de esas supuestas súper telenovelas.

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